Marzo 9, Lectura: Salmo 147:1-20
Tantos son los favores de nuestro Dios que la única respuesta hacia ello
debiera ser la alabanza. No hacerlo es ingratitud.
Para el salmista alabar a Dios
es bueno, porque la alabanza es suave y hermosa.
Particularmente el salmista destaca lo hecho a Jerusalén y a sus
moradores, los cuales hará regresar del exilio. Con ninguna otra de las
naciones ha hecho así el Señor (vs.12-20). Sin embargo, también es motivo de
alabanza el alivio que da al que sufre; algo que es común a muchos. ¡Cuánta
grandeza hay en nuestro Dios! Su entendimiento es infinito, prueba de ello es
que “él cuenta el número de las estrellas” y también las “llama por su nombre”
(vs. 1-6).
Pero el Señor extiende sus favores a todos, con la lluvia que hace que
la tierra fructifique, aún a los animales del campo. La segunda sección termina
con lo que no le deleita: “la fuerza del caballo” en la que el hombre confía;
lo que no le complace; “la agilidad del hombre”, que lo hace sentirse
autosuficiente. El Señor se complace “en los que le temen, y en los que esperan
en su misericordia” (vs. 7-11).
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