Marzo 4, Lectura: Salmo 141:1-142:7
Salmo 141
Tenemos peticiones hermosas que el salmista hace al Señor:
a) “Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis
manos como la ofrenda de la tarde”” (v. 2). Que mis palabras sean agradables al
Señor porque mis acciones son aceptas delante de él. Si esto es así, “el
Espíritu nos ayuda con gemidos indecibles (Romanos 8:26).
b) “Pon guarda a mi boca… guarda la puerta de
mis labios” (v. 3). Cuán necesario es esto, por tenemos lengua. No olvidemos lo
que Santiago escribe sobre ella: “la lengua… se jacta de grandes cosas… es… un mundo
de maldad… contamina todo el cuerpo… es un mal que no puede ser refrenado,
llena de veneno mortal.
c) “No dejes que se incline mi corazón a cosa mala…” (v. 4). El
apóstol Pablo nos dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo carnal”; el pecado no se enseñoreará de vosotros…”
(Romanos 6:12,14).
Salmo 142
Hemos de tener la confianza que el salmista tenía cuando se hallaba en
medio de la prueba, pues sabía que tenía en Dios misericordia (Lucas 6: 46),
socorro (Hebreos 4:16), justicia (Romanos 3:21), consuelo (2 Corintios 1:3-5) y
compañía (vs. 1-3; Mateo 28:20)). Por eso hemos de decir: “Tú eres mi
esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes” (v. 5).
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