viernes, 29 de noviembre de 2019

Más que la miel


Noviembre 29  Lectura: 2 Corintios 5:11-7:1
Templos del Dios viviente
Ser algo, a Dios le ha de ser manifiesto, sin recomendaciones, sin apariencias, en el corazón; y si el amor de Cristo es lo que nos constriñe, consideremos su muerte y nuestra muerte, de modo que entendamos que ya no nos pertenecemos a nosotros, sino a aquel que dio su vida por nosotros en la cruz, que fue sepultado y que resucitó (5:11-15).
Debe ser interesante conocer a muchas personas, pero no hay que hacerlo según la carne, pues ya ni a Cristo le conocemos así. Acerca de esto podemos dar cuatro razones: (1) Estamos en él; (2) Ya no somos los mismos pues somos nuevas criaturas; (3) Nuestras prácticas y costumbres de antaño ya no las seguimos; (4)  Ahora tenemos otro estilo de vida (5:16,17). Así funcionó la reconciliación de Dios para con nosotros, y además, ahora somos nosotros los que tenemos el encargo de “la palabra de la reconciliación”, porque somos embajadores en nombre de Cristo. Por eso, estimado lector, que está en enemistad con Dios, atienda el mensaje: Reconcíliese con Dios; mire que hubo alguien que nunca conoció pecado, pero fue hecho pecado por nosotros. Jesucristo fue esta persona, si usted cree en él, su pecado será perdonado (5:18-21). Hágalo ya, es tiempo, es el día. No reciba en vano la gracia de Dios (6:1,2). Nadie ni nada debe ser tropiezo a su decisión.
Ser templo del Dios viviente implica no unirse en yugo desigual. Se dan estas razones (6: 14-18: (a) No puede, el que ha sido hecho justicia de Dios en Cristo, tener compañerismo con quien no lo es; (b) No pueden, quienes son llamados la luz del mundo, tener comunión con las tinieblas; (c) Cristo no tiene acuerdo alguno con Belial, que significa lo inútil o lo inicuo; (d) El creyente no tiene parte alguna con el incrédulo; (e) No hay acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos. Para los amados que somos templo del Espíritu hay promesas, por eso se nos exhorta a que nos limpiemos “de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad  en el temor de Dios” (7:1).

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