¿Por qué escondimos de ti nuestro rostro?
¿Por qué no hubo respuesta a tu clamor?
¿Por qué preferimos a aquel otro
Y no al que era y es puro amor?
Cuánto fue Señor, tu sufrimiento,
Tanto que tus días sólo eran:
Humo, hierba, sombra y pensamiento,
Que el vil quería que ni esto fueran.
Como en un desierto, en la soledad,
Solitario, mi Señor fuiste afrentado.
Fuiste arrojado al suelo sin piedad,
Mírote en cruz brutalmente humillado.
Más no estás en cruz, Señor, mi Salvador,
Ahora en gloria estás, eternamente,
Si en cruz te vi mi Amado Redentor,
Ahora intercedes por nos, y es para siempre.
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