Abril 6, Lectura: Romanos
8:10-18
El testimonio del Espíritu
Cristo en nosotros garantiza que el cuerpo esté muerto, pero también que
nuestro espíritu vive a la justicia (v. 10).
El Espíritu en nosotros garantiza que Dios, que levantó de los muertos
a Cristo Jesús, vivificará nuestros cuerpos mortales, por su Espíritu (v. 11).
No tenemos obligación alguna hacia la carne, nuestra deuda es al Señor
(v. 12).
El resultado de vivir conforme a la carne es muerte, vida hay si por
el Espíritu hacemos morir las obras de la carne (v. 13).
El vivir en el Espíritu significa vivir como un hijo de Dios (v. 14).
Es lo más adecuado que como hijos de Dios, seamos guiados por su Espíritu.
El que vive como un hijo de Dios tiene una relación íntima y de gozo,
con Dios, ya no de esclavitud y temor. El hijo de Dios tiene una relación tan
cercana con él, que por eso pueden clamar, ¡Abba, Padre! (v. 15). Medite en este
doble empleo de Padre como el privilegio de un hijo.
¿Tiene usted el testimonio del Espíritu a su espíritu de que es hijos
de Dios (v. 16)?
Vea esta línea de nuestra posición: Hijos, herederos, herederos de
Dios y coherederos con Cristo. Con una condición: “Si padecemos juntamente con
él, para que juntamente con él seamos glorificados” (v. 17).
Una sana comparación: Las aflicciones de hoy no se comparan con la
gloria venidera que se nos va a manifestar (v 18).
Sana doctrina: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de
que somos hijos de Dios”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario