Febrero 23, Lectura: Salmo 126:1-127:5
Salmo 126
Al leer este Salmo pensemos en dos cosas: El fin de la disciplina del
Señor y la obra de evangelismo. Del primero resaltamos los nuevos sueños que se
forjan (v. 1), después de dejar atrás, como un mal sueño, el pecado que llevó a
la disciplina; la alegría que ha de adornar nuestros labios en la risa que produce tener paz con Dios y la
alabanza (v. 2), de la que se ha de llenar nuestra boca y corazón. Estas cosas
son grandes motivos para estar alegres (v. 3). El pueblo lo estaba al regreso
del cautiverio en Babilonia (v. 1).
La obra de evangelismo es de hermosos contrastes: se siembra con lágrimas, se siega con regocijo. Al llevar la preciosa semilla, el evangelista llora, pero cuando vuelve trayendo las gavillas, se regocija (vs. 5,6).
La obra de evangelismo es de hermosos contrastes: se siembra con lágrimas, se siega con regocijo. Al llevar la preciosa semilla, el evangelista llora, pero cuando vuelve trayendo las gavillas, se regocija (vs. 5,6).
Salmo 127
Ahora tenemos en este Salmo las obras y los hijos. En las obras la participación
del Señor es fundamental; si esto no es así la obra es en vano, inútil (v. 1).
Nada importa madrugar, ni desvelarse, ni sacrificarse (v. 2). Si pensamos en la
obra del Señor no es diferente, en principio porque no es obra nuestra, pero
también porque siervos inútiles somos, y hacemos lo que tenemos que hacer (Lucas 17:10).
De los hijos tomamos tres cosas que deben ser para quienes los tenemos
(vs. 3, 4): (a) “Herencia de Jehová”: Tomemos nota, hemos de dar cuenta al
Señor por ellos; (b) “Cosa de estima: Son valiosos; (c) Saetas en mano del valiente:
Pensemos en dar en el blanco con ellos para bien de su vida.
Los que tenemos hijos somos “bienaventurados” (v. 5).
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