Mayo 5, Lectura: Oseas 11:1-12
“Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”.
Esta profecía se cumplió cuando muerto Herodes, regresaron de Egipto, José,
María y el niño Jesús, quienes habían tenido que huir allí por la matanza de
niños que Herodes había decretado.
Hablando del pueblo de Israel, el propósito de estas palabras era
recordarles su libertad de Egipto, que fue por amor, sin embargo, tal amor era
incomprendido, pues ellos se alejaban cada vez más y más del Señor. También
nuestra libertad del pecado fue por amor.
Israel fue tratado como un niño al que con amor Dios le enseñó a dar
sus primeros pasos, cuidándole, pero no reconoció que le cuidaba. Usó a sus
siervos, cuerdas humanas y su amor para atraerles; les aligeró el yugo y los
alimentó. Pero ahora sería presa de los asirios porque no se quisieron
convertir. Fueron rebeldes contra Dios, a quien llamaban Altísimo, pero ninguno
lo enaltecía. Apreciemos lo que el Señor ha provisto para ayudarnos a crecer y
para que no nos apartemos. Que nuestros hechos respalden nuestros dichos.
Sin embargo, por su corazón compasivo, Dios se rehúsa a abandonarlo,
no lo quiere entregar y no quiere ejecutar su ira. Dios hace esto, decide esto
porque dice: “Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti…”. Un día el Hijo
de Dios fue abandonado y la ira de Dios cayó sobre él. ¿El lugar?: la cruz del
Calvario. ¿La razón?: Tú y yo, para que no nos perdiéramos y tuviéramos
salvación y vida eterna.
En el futuro Dios ve a la nación caminando en pos de él, pues los
traerá de diferentes puntos de la tierra. Entre tanto Efraín miente y engaña,
pero Judá gobierna con Dios y se mantiene fiel. ¿Cómo es nuestro presente con
aquel que dio su vida por nosotros en la cruz?
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