Los Pobres en Espíritu
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" ( Mt. 5:3).
Entre las personas que pudieran considerarse de valor en el mundo, nadie se atrevería a mencionar a un pobre, sin embargo, de los pobres es a los que nos vamos a referir en este artículo; el mundo los necesita. A los pobres en espíritu, Jesucristo los llamó “bienaventurados”. Esta declaración la hizo en el llamado Sermón del Monte, el cual puede usted leer en el Evangelio según San Mateo 5:1-10.
¿Qué quiso enseñar el Señor Jesucristo?La pobreza como un estilo de vida, está es en el espíritu y quiere decir con esto que el hombre sea humilde, a tal grado, que pueda ver su real condición delante de sus semejantes, pero especialmente delante de Dios y de su Palabra, ante la cual debe temer.
Los actos que realiza el hombre pueden llevar a su espíritu por diversas experiencias; algunas negativas, tales como, amargura, congoja, agitación, desánimo, angustia, etc., las cuales lo pueden afectar a tal grado que su espíritu padezca de ello de manera permanente, y esto llega a ser así, porque ha escogido sus propios caminos y lo que desagrada a Dios. Acciones contrarias a lo establecido por Dios o al buen orden: lo duro de la vida, el temor a lo desconocido, no obtener lo que se desea, lo frágil de la vida, etc., son causa principal de todo esto.
¿Qué hacer para cambiar esta vida? Aprender a ser pobre en espíritu.El hombre tiene que aprender a verse tal cual es; no puede, en su soberbia, creer que toda obra de sus manos, que todo cuanto hace y dice en detrimento de la relación con sus semejantes, pero sobre todo, con Dios, sea algo a lo que el Altísimo va a permanecer indiferente. ¡Dios no lo hará! Y la humanidad clama porque las cosas cambien en este mundo. No es posible que la vida no valga nada; que lo recto, limpio y santo carezcan de valor.
¿De qué servirá todo lo anterior? ¿Serán de provecho los pobres en espíritu para este tiempo? ¡Por supuesto que sí! Los pronunciados de Jesucristo son de actualidad, la humanidad sigue en declive y no hay forma alguna de que detenga su camino hacia abajo. La solución está en Dios, si el hombre enmienda su camino y deja de hacer todo aquello que le desagrada, si abandona su actitud soberbia ante la Palabra de Dios y tiembla ante ella con esa humildad y pobreza de espíritu, Dios lo mirará, y más aún, él cumplirá al hombre sus promesas.